Cuento: Caminos del Corazón

Cuento: Caminos del Corazón
Érase una vez un joven que vivía en una pequeña aldea. Su sueño era viajar por el mundo y conocer lugares maravillosos. Un día, decidió dejar su casa y emprender su aventura. Se despidió de su familia y amigos, y se puso en camino con una mochila y un mapa.

Durante su viaje, el joven conoció a muchas personas, algunas buenas y otras malas, algunas generosas y otras egoístas, algunas sabias y otras ignorantes. Aprendió de todas ellas, y también de sus propias experiencias. Vio paisajes hermosos y otros desolados, ciudades modernas y otras antiguas, culturas diversas y otras similares. Disfrutó de cada momento, y también sufrió algunos contratiempos.

Un día, después de muchos años, el joven llegó al final de su mapa. Había recorrido todos los países y continentes que había marcado. Se sintió feliz y orgulloso de haber cumplido su sueño, pero también un poco triste y vacío. Se preguntó qué hacer ahora, si volver a su aldea o seguir explorando.

Entonces, se encontró con un anciano que le sonrió y le dijo:

- Hola, joven. Veo que has viajado mucho. ¿Qué buscas?

- Busco la felicidad -respondió el joven.

- La felicidad no se busca, se encuentra -dijo el anciano-. Y no está en ningún lugar, sino en ti mismo.

- ¿En mí mismo? -preguntó el joven, sorprendido.

- Sí, en tu corazón -afirmó el anciano-. La felicidad es el resultado de agradecer lo que tienes, de valorar lo que eres, de compartir lo que sabes, de amar lo que haces, y de hacer lo que amas.

- ¿Y cómo puedo hacer eso? -inquirió el joven.

- Eso solo lo puedes descubrir tú -respondió el anciano-. Pero te daré un consejo: no te aferres al pasado, ni te preocupes por el futuro, sino vive el presente. Porque el presente es el único tiempo que tienes, y el único que puedes cambiar.

- Gracias, anciano -agradeció el joven-. Me has dado una gran lección.

- No hay de qué, joven -dijo el anciano-. Me alegro de haberte ayudado. Ahora te dejo, tengo que seguir mi camino.

- ¿A dónde vas? -preguntó el joven.

- A donde me lleve el viento -respondió el anciano, guiñándole un ojo.

Y así, el anciano se alejó, dejando al joven pensativo. El joven miró su mapa, y se dio cuenta de que había algo que no había hecho: dibujar su propio camino. Entonces, sacó un lápiz, y empezó a trazar una línea que unía todos los lugares por los que había pasado. Y al hacerlo, se dio cuenta de que esa línea formaba una figura: un corazón.

El joven sonrió, y sintió una sensación de paz y alegría. Había encontrado la felicidad, y estaba en su corazón.

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