CUENTO: El Gran Viaje de Leo y Lía

CUENTO: El Gran Viaje de Leo y Lía

En un pequeño pueblo al pie de una gran montaña vivía un niño llamado Leo. Era un niño curioso, siempre lleno de preguntas, y su compañera inseparable era Lía, una perrita juguetona y leal. Juntos exploraban cada rincón del pueblo, pero siempre se preguntaban qué habría más allá del oscuro y misterioso bosque que rodeaba su hogar.

Un día, mientras jugaban en el borde del bosque, Lía comenzó a escarbar bajo unas hojas secas y, para sorpresa de ambos, encontró un viejo mapa. Estaba desgastado por el tiempo, pero aún se podían distinguir claramente los caminos y, al final de uno de ellos, un símbolo que indicaba un tesoro escondido en lo más profundo del bosque. Los ojos de Leo brillaron con emoción. Sin dudarlo, decidieron que tenían que seguir ese mapa y descubrir el tesoro.

Leo y Lía se adentraron en el bosque, siguiendo cuidadosamente las indicaciones del mapa. Sin embargo, el camino no era tan fácil como parecía. A medida que avanzaban, los árboles se volvían más altos y densos, las sombras más profundas, y pronto se dieron cuenta de que estaban perdidos. Las ramas enredadas y los arbustos espinosos les cerraban el paso, y el miedo comenzó a invadir a Leo.

Justo cuando todo parecía perdido, escucharon un suave ulular. Al alzar la vista, vieron a un gran búho blanco posado en una rama baja. “Soy Óscar, el guardián de este bosque”, dijo el búho con una voz sabia y tranquila. “Puedo ayudaros a encontrar el camino, pero primero debéis resolver tres enigmas que el bosque os presentará. Solo así el tesoro se revelará ante vosotros.”

Leo, decidido a no rendirse, aceptó el desafío. Óscar les explicó que cada enigma estaría relacionado con un lugar específico del bosque. Debían descifrar cada uno para avanzar en su búsqueda.

El Primer Enigma: La Esfinge del Río
Óscar los guió hasta un río ancho y caudaloso. Sobre una roca, al otro lado del río, se encontraba una estatua de una esfinge con una mirada penetrante. La esfinge les habló:

"Caigo sin cesar, pero nunca me rompo. Viajo sin moverme, y soy la vida para todo lo que toco. ¿Qué soy?"

Leo pensó durante un momento y observó el río que fluía incesantemente, y entonces respondió:

"¡El agua!"

La esfinge asintió y, de repente, el río que antes era impasable, se convirtió en un sendero de piedras sobre las que podían caminar. Con el primer enigma resuelto, continuaron su viaje.

El Segundo Enigma: El Árbol del Saber
Más adelante, llegaron a un claro donde un majestuoso árbol de hojas doradas se alzaba en el centro. Al acercarse, las hojas comenzaron a susurrar en un idioma antiguo, formando la siguiente pregunta:

"Cuanto más me quitas, más grande me vuelvo. ¿Qué soy?"

Leo observó las raíces del árbol hundiéndose en la tierra, y cómo el suelo parecía abrirse alrededor de ellas. Reflexionando sobre lo que veía, respondió:

"¡Un agujero!"

Las hojas doradas cayeron suavemente al suelo, y de repente, un camino dorado apareció entre los árboles, guiándolos hacia el último desafío.

El Tercer Enigma: El Laberinto de las Sombras
Finalmente, llegaron a un laberinto hecho de sombras y espejos, donde no sabían qué camino tomar. Frente a ellos, una figura etérea les presentó el último enigma:

"Soy invisible, pero me puedes ver. Cambio con la luz y sigo tus pasos. ¿Qué soy?"

Leo se detuvo a pensar, observando su propio reflejo en uno de los espejos y las sombras que lo rodeaban, y de repente lo entendió:

"¡La sombra!"

Al pronunciar la respuesta correcta, las sombras se desvanecieron y los espejos se disolvieron, revelando una cueva oculta detrás del laberinto.

Dentro de la cueva, Leo y Lía encontraron una caja antigua. Al abrirla, descubrieron que estaba llena de libros antiguos y pergaminos que contaban historias maravillosas y llenas de sabiduría. Aunque no era un tesoro de oro o joyas, Leo supo que lo que habían encontrado era aún más valioso.

Regresaron al pueblo y compartieron las historias con todos. Aquella noche, el pueblo se llenó de risas y asombro mientras escuchaban los cuentos del viejo mapa. Leo y Lía supieron que habían encontrado algo mucho más precioso: la sabiduría de las historias y la alegría de compartirlas.

Con el mapa cuidadosamente guardado junto a su cama, Leo y Lía se durmieron soñando con las próximas aventuras que les esperaban.


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